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PREVENIR LA TARTAMUDEZ INFANTIL

La madre de Pablo llama preocupada a consulta. Desde hace un mes, su hijo de tres años repite las sílabas y se bloquea al hablar. Cuando se atasca, ella intenta ayudarle diciéndole que no se ponga nervioso, que hable tranquilo. Sin embargo, no parece servir de ayuda al pequeño. Al principio, la madre se preocupó, pero como al cabo de una semana su hijo dejó de tartamudear, bajó la guardia. No obstante, según comenta ahora, hace unos días que el niño ha vuelto a bloquearse al tratar de expresarse, realiza gestos de esfuerzo e incluso deja de hablar. La madre se muestra angustiada. No sabe cómo aliviar al pequeño.

El problema de fluidez en el habla o tartamudeo es frecuente en los niños entre los 2 y 5 años de edad, en especial cuando empiezan a formar frases largas y su lenguaje se complica. En dicha etapa vital aprenden las habilidades complejas y necesarias para organizar el lenguaje y utilizarlo de forma adecuada en las situaciones sociales. En este contexto, los errores más usuales suelen deberse a no recordar la palabra para denominar un objeto o concepto concreto, no dominar la coordinación del habla o en sentir inseguridad ante el interlocutor.

Tal como se describe en el ejemplo de Pablo, una característica del tartamudeo es la oscilación: ni se presenta en todas las ocasiones ni con la misma intensidad. Asimismo, es posible que aminore o desaparezca cuando el niño lee o canta; también varía en función de las circunstancias que le rodean mientras intenta expresarse. Factores como la presión comunicativa (si se le corrige o se le apremia en la comunicación) pueden empeorar la fluidez. De esta manera, una actitud poco receptiva por parte del interlocutor, un tema de conversación inadecuado o la emoción que el menor siente mientras se expresa pueden influir en la aparición de bloqueos lingüísticos. Ante tales situaciones de tensión, el niño suele manifestar de forma involuntaria signos de esfuerzo o movimientos corporales relacionados con el habla.

Aunque el problema tiende a desaparecer de forma espontánea a lo largo de la infancia, el tartamudeo también puede resultar cada vez más frecuente, instaurándose de forma estable y perdurar en la adolescencia o la edad adulta. En dichos casos, el problema se complica con conductas de temor, esfuerzo o incluso enmudecimiento.

 

Posibilidad de recuperación

Hace años no se daba importancia a estas alteraciones en la comunicación de los niños pequeños. Era frecuente que se indicara a los padres que esperasen y dejaran de preocuparse, con la expectativa de que el tartamudeo desapareciera en los años preescolares. Por lo general, la intervención se posponía hasta que la dificultad ya no remitía.

La investigación llevada a cabo a lo largo de más de 20 años, así como el éxito obtenido con los programas preventivos, desaconsejan esperar. Existe el riesgo de que el problema de fluidez se afiance, por lo que es conveniente intervenir lo antes posible, preferiblemente antes de los 4 años de edad, con el fin de evitar que el tartamudeo se “normalice” y pueda ocasionar trastornos secundarios como la ansiedad o los pensamientos o sentimientos negativos hacia la comunicación y las relaciones sociales.

En la actualidad se desconoce el origen y la causa específica del problema. No obstante, la investigación ha revelado determinados factores que influyen en su desarrollo y mantenimiento. Así pues, se sabe que si no ha transcurrido más de un año desde la aparición de la anomalía en el habla, si el niño presenta señales de mejora y no manifiesta otras dificultades de lenguaje, se incrementan las posibilidades de recuperación. Por el contrario, los antecedentes familiares de tartamudez o la preocupación de los padres o del propio niño por la problemática en el habla suponen factores negativos y propicios para que la alteración permanezca.

Los estudios demuestran que es problema es más frecuente en niños que en niñas (tres veces más) y en la población de preescolares (4 por ciento) más que en escolares y adolescentes (1 por ciento)

 

Cómo actuar

Si se detectan repeticiones, bloqueos, tensión o esfuerzo en el habla del niño de forma frecuente, no debe dejarse pasar el tiempo. Es preferible consultar a un profesional, quién valorará al niño, estimará las posibles señales de riesgo en la comunicación y el ambiente que le rodean, determinará si el problema es preocupante o no, además de orientar a los padres sobre cómo favorecer el habla fluida de su hijo.

Las indicaciones básicas que se dan a los padres se refieren a cómo comunicarse con su hijo: al conversar con él deben atender a lo que dice, no a cómo lo dice, además de darle tiempo para ello (quizá es más lento que otro niño en organizar la frase, coordinar las palabras e iniciar la emisión). Debe evitarse darle recomendaciones; es preferible hablarle despacio y ofrecerle un modelo de habla lenta, con pausas, que pueda imitar. De esta manera se favorece que el niño se tranquilice y logre una comunicación fluida. Asimismo, el tratamiento de la tartamudez temprana a través de programas terapéuticos resulta muy efectivo.

Cuando el niño que tartamudea es mayor de 6 años, se interviene de manera directa, enseñándole técnicas de control del habla y formas adecuadas para enfrentarse a las situaciones comunicativas. Paralelamente, se orienta a los padres sobre cómo modificar actitudes hacia las dificultades de expresión de su hijo. En el tratamiento es importante abordar no solo el habla sino también otros factores ambientales, psicológicos y sociales implicados, como la comunicación, las relaciones sociales, la seguridad y la autoestima del niño.

 

 

Alicia Fernández-Zúñiga

ILD Psicología

Universidad Autónoma de Madrid

Publicado en Mente y Cerebro nº46/2011

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